Réquiem
Lêdo Ivo
traducción de
Jorge Lobillo
Prológo de
Eduardo Langagne

Alforja Ediciones
México, 2008

TRADURRE LÊDO IVO
(spagnolo)

 

 

 

Marta Spagnuolo, en un juego de espejos traduce un ensayo de Vera Lúcia de Oliveira, quien nos habla a su vez de la traducción al italiano del libro Réquiem de Lêdo Ivo. Libro publicado en México por Alforja ediciones, ahora La Cabra, que se hizo acreedor del premio Casa de las Américas a la literatura en lengua portuguesa.

La traducción poética
VERA LÚCIA DE OLIVEIRA: LÊDO IVO EN ITALIANO
Traducción del portugués al español: Marta Spagnuolo

Réquiem, el último libro de poemas de Lêdo Ivo (2008), ya fue publicado en tres idiomas: el original  portugués (Rio de Janeiro, Contra Capa); el italiano y el español (y en ambas ediciones, bilingüe). A la primera versión castellana, editada en México en la Colección Alforja (La Cabra/ Instituto de Cultura de Morelos. Traducción de Jorge Lobillo. Prólogo de Eduardo Langagne), le seguirá otra este año, en edición cubana, correspondiente al premio Casa de las Américas, que el poemario ganó a fines del pasado. En cuanto a la edición italiana (BESA/ Università del Salento), estuvo al total cuidado de Vera Lúcia de Oliveira, poeta y profesora de la Universidad de Perugia, quien ya había vertido antes a esa lengua una antología poética del mismo autor. Amante fervorosa de la poesía de Lêdo Ivo, en su versión italiana de Réquiem – libro compuesto también por algunos otros poemas de los más recientes del poeta alagoano– , incluye un artículo sobre la traducción, que sin duda interesará a poetas y a traductores. Por tratarse, como dijimos, de una edición bilingüe, la autora citó a los escritores brasileños en portugués y luego tradujo las citas al italiano (salvo el epígrafe). Aquí nos tomamos la libertad de traducir todo directamente al castellano.

Marta Spagnuolo

La Otra - Gaceta 27, Junio 15th, 2009

http://www.laotrarevista.com/tag/gaceta27/

 

Traducir a Lêdo Ivo

 

Por Vera Lúcia de Oliveira

Traduzir uma parte
na outra parte
–que é uma questão
de vida ou morte—
será arte?

Ferreira Gullar

 

Como es notorio, en las últimas décadas la traducción ha sido y es una de las disciplinas que más ha interesado a los estudiosos de varios sectores. A esa valorización han contribuido investigaciones tendientes a pensar el fenómeno de la traducción como actividad científica, pasible de esquematización y formalización. Se han construido calculadores y programas que habrían de conseguir la traducción automática, búsqueda que ha defraudado a quienes creían  haber resuelto de una vez por todas el problema.

Más que considerarla como una ciencia, hoy se habla de la traducción o del estudio de la traducción para designar aquel cuerpo de conocimiento que cae bajo la denominación de Translation Studies y que, abarcando numerosas disciplinas y poniendo en juego factores no sólo lingüísticos y textuales sino también históricos, sociales, ideológicos y culturales, ha aportado relevante contribución al tema.

Muchos estudiosos afirman que la teoría y los estudios de la traducción no son otra cosa que una reflexión que la traducción se hace sobre sí misma, partiendo del presupuesto de que es una experiencia práctica.
Sin entrar en la valoración de las diversas formulaciones teóricas que se desarrollaron en el tiempo sobre la traducción, me detendré en el aspecto pragmático de este trabajo. Más precisamente, haré algunas consideraciones sobre los criterios que me han guiado en la aventura, fascinante y riesgosa a la vez, de traducir parte de la obra de Lêdo Ivo, reunida en la antología poética organizada por mí,
Illuminazioni (Salerno, Multimedia Edizioni, 2001, 128 pp.), y en este Réquiem aún inédito en Brasil y publicado como primicia en Italia, seguido de algunas poesías de los últimos dos libros, Rumor da noite y Plenilúnio, elegidos por estar en sintonía con la atmósfera y la temática de Réquiem.
Edoardo Bizarri, uno de los más notables traductores de la compleja obra de Guimarães Rosa, indica en una carta al gran escritor brasileño el criterio que ha adoptado al verter al italiano la novela Corpo de Baile. A propósito de cómo traducir los nombres de personas, cosas y lugares, muy importantes en la obra de Rosa y nunca elegidos al azar, le pregunta al escritor:

Me gustaría tener su opinión y consejo con respecto a los nombres de localidades, personas y de los apellidos. Estoy dejando algunos nombres en la lengua original, y traduciendo otros o usando el correspondiente italiano, con criterio exclusivamente personal, arbitrario y fónico. (J. Guimaraes: 19)

Inseguro de la propia elección, expone al autor sus dudas y le pregunta también cómo han resuelto esos problemas sus otros traductores. A lo que Guimarães Rosa responde:

Exacto. Así también pensaba yo: Dejar unos como están, y traducir otros. O, incluso, “inventar”. Mientras use su “criterio exclusivamente personal, arbitrario y fónico”, quedo alegre y tranquilo. En él es que yo, sinceramente, confío. (El traductor francés, de acuerdo conmigo, está procediendo así. Los norteamericanos dejaron todo en la forma original, lo que me pareció malo). Habrá casos, también, en que usted ya vio que lo bueno, lo de más vivo efecto, es la solución mixta – conservar una parte y traducir el resto. (21)

Como criterio fundamental de conducta, y dado naturalmente por descontado el indispensable conocimiento lingüístico y el dominio de la técnica de la escritura y de la traducción, Bizarri adopta su intuición, su sensibilidad, el profundo conocimiento de la obra de Rosa y de la realidad descrita en ella, la empatía establecida desde el comienzo con el autor y con sus personajes. Rosa se fía de esta elección, porque también él se deja guiar por el mismo criterio cuando escribe, también él se siente –afirma– un traductor de otro lenguaje misterioso:

Yo, cuando escribo un libro, hago como si lo estuviera “traduciendo”, de algún original, existente en otra parte, en el mundo astral o en el “plano de las ideas”, de los arquetipos, por ejemplo. Nunca sé si estoy acertando o fallando en esta “traducción”. Así, cuando me “re” traducen a otro idioma, nunca sé, tampoco, en casos de divergencia, si no fue el Traductor quien, de hecho, acertó, restableciendo la verdad del “original ideal”, que yo había desvirtuado… (63-64)

Sobre todo, Guimarães Rosa insiste en el hecho de que el traductor no quede “demasiado estrechamente ligado al original”, que piense también en el lector italiano, que adapte cuando es necesario. (64). Rosa, en efecto, adhiere a un principio fundamental, siempre más seguido hoy, según el cual la traducción es una obra original en sí, una actividad análoga a la creación. Octavio Paz llega a afirmar que “traducción y creación son operaciones gemelas”. (“Traduzione”: 294)  Y Croce, ya en 1902, había escrito: “La traducción, la que se dice buena, es una aproximación que tiene valor original de obra de arte y puede bastarse a sí misma. (“Indivisibilità”: 213) 
Walter Benjamin convierte este proceso de aproximación al original en una bella y sugestiva metáfora: “Como los fragmentos de un vaso, para dejarse recomponer, deben presentar continuidad en el mínimo detalle, pero no por ello ser idénticos, así, en vez de hacerse similar al sentido del original, la traducción debe amorosamente, y hasta en los detalles, esforzarse por obtener en la propia lengua el modo de entender a aquel”. (“Il compito”: 232)

Cierto es que, para el filósofo alemán, ambos, tanto el original como la traducción, deberían conducir, a través de esa amorosa reconstrucción del vaso a partir de sus fragmentos-palabras, a una “lengua más grande”, una “pura lengua” perdida con la ruina de Babel. De todos modos, ningún acercamiento o reconstrucción del original –se  lo entienda o no a la manera benjaminiana– puede realizarse sin el atento análisis e interpretación crítica de cada nivel de la obra.
Para Umberto Eco, traducir es recuperar “la intención del texto”, o sea “aquello que el texto dice o sugiere en relación con la lengua en la cual es expresado y con el contexto cultural en el cual nació”. (“Riflessioni”: 123) En consecuencia, agrega, hay diversos tipos de fidelidad posible –a la estructura lingüística, a la cultura, a la época de aparición de la obra, al estilo del autor, etc.– y el traductor debe elegir aquella más pertinente al texto y al autor que ha decidido traducir.

Podemos afirmar que, en lo que atañe a Guimarães Rosa, Bizarri eligió la más apropiada, la fidelidad al mundo rosiano que lo ha llevado a conseguir el aplauso entusiasta del autor el cual, para la traducción de Corpo de Baile, pidió explícitamente al editor italiano que la hiciera el mismo Bizarri. La gran libertad y confianza que Rosa otorga incondicionalmente a Bizarri deriva del hecho que entre los dos se instaura, de entrada, una identidad de sensibilidad y de espíritu. Se lo puede comprobar leyendo la interesante correspondencia entre el traductor italiano y el escritor, publicada y reeditada varias veces en el Brasil, con el título J. Guimarães Rosa: correspondência com seu tradutor italiano.
No casualmente he citado aquí la compenetración entre Rosa y su traductor italiano. Siempre me ha intrigado y atraído aquel proceso empático establecido entre los dos, el mismo que me ha servido para comprender, pese a la diversidad del contexto y seguramente la complejidad de la aventura “traductora” de los dos casos, cómo proceder en mi trabajo de traducción poética.
Puedo sin más afirmar que el mismo tipo de confianza, la misma compenetración afectiva y empática se estableció entre la poesía de Lèdo Ivo y yo, por lo cual podría casi suscribir la palabra de Bizarri. Muchas veces me he dirigido al poeta, indecisa sobre alguna solución posible para la mejor realización en italiano de la palabra o metáfora ligada a su mundo alagoano, poblado de figuras, paisajes y animales característicos de una cultura y de una identidad específica, pero Lêdo Ivo, conociendo bien el idioma de Dante, lector voraz de literatura italiana, me reafirmaba cada vez su convicción de que encontraría, en cada situación, el modo mejor de trasladar su universo poético de una lengua a otra. Por mi parte, desde el principio, he seguido la lección de Peter Newmark,
(Approache: 74) según la cual el traductor debe “sumergirse en la mente de sus autores y recrear el proceso mental”, en cuanto le sea posible.

Maniel Bandeira (1886-1968), el gran poeta brasileño que amaba a su vez traducir poesía y que, pese a la aparente simplicidad de su obra, es asimismo difícil de traducir,  ha escrito a propósito de su experiencia con la traducción: “Sólo traduzco bien los poemas que me gustaría haber hecho, esto es, los que expresan cosas que ya estaban en mí, pero no formuladas. Mis ‘hallazgos’, tanto en traducciones como en originales, resultan siempre de intuiciones.” (Itinerário: 293)
Como Bandeira y tantos otros traductores, me he dejado guiar por la sensibilidad y, sobre todo, por el conocimiento profundo, por la frecuentación de varios años y por el amor a la poesía de Lêdo Ivo, que me llevaba siempre a buscar reproducir en el lector italiano el mismo efecto que el texto había producido en mí misma e, imagino, en los lectores del original. Sin embargo, consciente de que la equivalencia absoluta entre dos lenguas es inalcanzable porque cada una tiene su estructura y sus normas, sé también que el traductor debe elegir, debe asumir la responsabilidad de la invención de nuevas imágenes que, en el equilibrio entre contigüidad y diversidad, conduzcan al lector al universo poético que se está probando recrear en la lengua de llegada. Es eso lo que he buscado hacer constantemente. Esperando haber logrado ese intento, entrego al lector italiano este libro que tanto me ha enriquecido. Hemos visto que Octavio Paz considera la traducción poética “una operación análoga a la creación poética”. De esto estoy convencida. Porque al traducir a Lêdo Ivo he experimentado la misma alegría que experimento cuando escribo, cuando creo mi poesía.

Vera Lúcia de Oliveira      

REFERENCIAS

BANDEIRA, Manuel. Itinerário de Pasárgada. Rio de Janeiro: Nova Fronteira / Instituto Nacional do Livro, 1984, 3ª ed.
BENJAMIN, Walter. “Il compito del traduttore”. In NERGAARD, Siri. La teoria della traduzione nella storia. Milano: Bompiani, 2002, 2ª ed. 221-236.
BIZARRI, Edoardo.
J. Guimarães Rosa; correspondência com seu traductor italiano / Edoardo Bizarri. San Paulo: T.A. Queiroz e Instituto Cultural Ítalo-Brasileiro, 1981.
CROCE, Benedetto. “Indivisibilità dell’espressione in modi o gradi e critica de la retorica”, in NERGAARD, Siri. Op. cit. 207-213.
ECO, Umberto. “Riflessioni teorico-pratiche sulla traduzzione”. In NERGAARD, Siri. Teorie Contemporanee della traduzione. Milano: Bompiani, 1955. 121-146.
NEWMARK, Peter.
Approaches to Translation. Trad. it. di Flavia Frangini, La traduzione: problema e metodi. Milano: Garzanti, 1988.
PAZ, Octavio. “Traduzione: Letteratura e Letteralità”, in NEERGAARD, Siri. Op. Cit.

 

La Orta - Gazeta 27 (Messico)
http://www.laotrarevista.com/2009/06/ledo-ivo-en-italiano/

 

 

Acerca de Réquiem, de Lêdo Ivo
 

Marta Spagnuolo

 

En 1964, derribar las fronteras idiomáticas latinoamericanas fue una verdadera inspiración del premio cubano Casa de las Américas. Más trascendente aún desde 1980, en que la literatura brasileña –como otras no escritas en español– adquirió categoría propia. Así hoy, los amantes de la poesía de todo el continente podemos brindar por un acontecimiento de justicia, que dio un nuevo brillo al medio siglo cumplido por el prestigioso concurso en 2009: Lêdo Ivo fue el galardonado.

El premio lo obtuvo por Réquiem, su hasta ahora último libro de poemas, una de las 355 obras que se presentaron, procedentes del Brasil, editadas en el bienio 2007-2008. Esa fue la decisión unánime del jurado compuesto por los brasileños Ana Maria Gonçalves y Floriano Martins, y por el angoleño Ondjaki, quienes se refirieron a Réquiem, como un "un recorrido por el mundo de las pérdidas del poeta, en un ambiente ampliado hasta el punto de identificación posible con el dolor general. Su autor –uno de los más destacados de la lírica brasileña– ofrece al lector una musicalidad intensa y original, con fuerza bautismal de lugares simples y silenciosos. Y desde el resplandor del silencio alcanza un ritmo poético que resulta un canto esencial a la vida."

Cabe acotar que, durante el mismo año 2008, en que apareció en el Brasil, Réquiem fue editado, bilingüe, en México (La Cabra Ediciones/ Instituto de Cultura de Morelos. Colección Alforja. Traducción de Jorge Lobillo. Prólogo de Eduardo Langagne). Y que poco antes, también en México, La Cabra y la Universidad Autónoma de Nuevo León, en la misma colección Alforja, publicaron, en castellano, Antología esencial, seleccionada, traducida y prologada por el poeta argentino Rodolfo Alonso. Ambos libros se presentaron en octubre, durante el Encuentro de Poetas Latinoamericanos 2008, que los mejicanos dedicaron a Lêdo Ivo.   

La edición de Réquiem que tengo a la vista al escribir estas líneas, es la brasileña (Rio de Janeiro: Contra Capa Livraria Ltada.), de bellísima factura, la cual incluye una serie de pinturas de Gonçalo Ivo, creadas bajo los efectos de la lectura de los poemas, y un retrato del poeta dibujado por Gianguido Bonfanti. Y, puesto que escribo desde la Argentina y no tengo, en cambio, la traducida en México por Lobillo, traduciré parcialmente algunos poemas al castellano, como así también algunos fragmentos de Confissões de um poeta (Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras/Topbooks, 2004),volumen en prosa que ayuda a iluminar algunos aspectos de Réquiem a los que quiero referirme. Pues, si bien la poesía no se puede “contar”, sí se puede, al menos, “contagiar” a otros algo del fulgor que nos queda a los simples mortales después de haber estado expuestos a su divina radiación.

Siempre he tenido la ilusión, a leer la poesía de Lêdo Ivo, de estar asistiendo a una biografía, a la peripecia de la vida de un hombre. Sin embargo, en Confissões de um poeta –libro de memorias, meditaciones literarias, aforismos, y, en consecuencia, de marcado tinte autobiográfico–, el mismo Lêdo Ivo, entonces por la cincuentena (la primera edición es de 1979), nos advertía más de una vez que esa autobiografía, así como su poesía, no era tal sino una historia de su “vida secreta”, la de una “existencia trasformada en señales”.

La poesía terminó por imponérseme como una operación verbal destinada a ocultar la vida personal, generando una mitología particular que sustituyó a la verdad trivial de la existencia. Cada vez más, siento que es mi obra la que me crea. El mitógrafo en mí habla de mi verdad (31). […] Este drama de la poesía ocupa mi vida entera. Soy una creación de las palabras 100. […] De repente, como una iluminación, siento que no soy yo quien hago mi obra. Es mi obra la que me hace. Lo que inventé pasó a inventarme, me impone su ritmo y su mitología, no permite que me evada de su órbita. Me trasformé, poco a poco, en una creación de mi propia creación (101).

Mientras crea y va siendo creada por las palabras, la criatura poética se siente segura: “Soy un poeta: las palabras me obedecen” (321). Sin embargo, ese feliz acto de parición recíproca deja filtrar el veneno oscuro de una realidad subterránea. Y justamente por eso es que la poesía de Lêdo Ivo, más allá de sus celebradas cualidades formales, es tan humana. Lo agónico ontológico; lo agónico moral ente el Mal y el Bien; el sentido punzante de lo injusto; la familiarización con las miserias del “bicho vil da terra e tão pequeno” de Camões, que evoca el propio Ivo; los actos que lo consuelan –el goce estético, la cópula, los placeres de la buena mesa, la intuición de Dios, la prez–, todo ello está presente en la poemática de Lêdo Ivo, quien finalmente reconoce “esa terrible lucha contra la realidad, que es la razón de ser de los poetas” (123). Ello la hace tan conmovedora y universal. Tan durable, además, en tanto ha conseguido mirar alrededor, escuchar “el barullo del mundo”, sin renunciar a su individualidad, y concertar imágenes, sonidos, experiencias cotidianas, lecturas e invenciones en una melodía propia.

Lo cierto es que al leerla nos identificamos con “alguien”, un ser humano tan vulnerable y perdido en este mundo como todos nosotros. “¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? Al caer la noche bebo el vino de mi ambigüedad y lanzo la copa en el horizonte indeciso, hecho de mar y tierra” dice en Confissões de un poeta (101).

En el libro que vengo citando, el motivo del anochecer, hora preferida de los poetas, toma un sesgo original que anticipa en casi treinta años la escritura de Réquiem. El siguiente es el pasaje que me parece germinal:

El anochecer. Esa aurora al revés es el momento más bello del mundo, que se vuelve al mismo tiempo luminoso y oscuro. Aún es día, con su claridad, y ya es noche, con la oscuridad.

El anochecer tiene la majestad radiante de las cosas cumplidas y complejas. Puede la noche venir –ya viví mi día. Puede la muerte llegar –ya viví mi vida.

Como el universo, también quiero anochecer un día, sentir en mí ese litigio entre la luz y la oscuridad.

Pues eso es Réquiem. Un litigio al fin “sentido” en carne propia, en que el día y la noche de la vida, la luz y la oscuridad, en controversia metafórica, se completan entre sí. Litigio que, dada la complejidad del encuentro, el ser humano dentro del cual se entabla no puede resolver.

Libro de síntesis, de balance, de ajuste de cuentas del poeta consigo mismo, Réquiem recupera en breves toques o en palpables alusiones los motivos de la extensa obra poética de Lêdo Ivo, que, al menos en portugués, desde 2004 puede leerse completa, exceptuando de ella a Réquiem. La edición, en homenaje al aniversario de sus 80 años, fue propiciada por la Academia Brasileira de Letras, a la que el poeta pertenece, por la Alagoana, en representación de su estado natal, y contiene un excelente estudio introductorio de Ivan Junqueira (Rio de Janeiro: Topbooks). Iniciada en su temprana adolescencia y estrenada en la imprenta en 1944, con As imaginações, ya aquel primer libro mostraba la sorprendente madurez con que el poeta de 20 años lograba algunos de los mejores poemas de la lengua portuguesa, como el ya clásico “Valsa fúnebre de Hermenegarda”. Rebelde a todo gregarismo, muy lejos del modernismo brasileño, insumisa incluso a la llamada Geraçao de 45, en la que algunos se empecinan en encasillarla, esa poesía, sin aceptar el “despojamiento” entonces en boga, siguió fluyendo siempre a torrentes de la personalísima inspiración de su autor. Esto es, empujada por una fuerza interior, natural y necesaria, que no tiene nada que ver con la pomposa verbosidad. Y ello aun en los casos en que el dominio artístico de la forma –que, maestro del gay saber, Lêdo Ivo posee- reclamara por sus fueros. “La poesía es una creación de la cultura, pero ésta debe permanecer invisible en el poema”, es otro de sus secretos fundamentales que reveló en Confissões.

Hecha de la “mitología” mencionada, que, en gran parte, es la del Maceió natal de su autor, éste no deja, en Réquiem, de recrear sus mitos una vez más. Su porción de sangre caeté, transmitida por su abuela materna, recordándole que es de los que comieron en São Miguel al primer Obispo del Brasil, Pero Fernandes Sardinha; el astillero y los almacenes portuarios de Maceió; el burdel, el hospicio para enfermos mentales, el tren de la Great Western; la figura del padre; los cangrejos y los peces, el olor del azúcar y la maresia; la indiferenciación de los límites entre el agua y la tierra (todo aquello que el lector ya ha sentido vivir en poemas como “A volta”, O trem com sede”, “Os pobres na estação rodoviária”, “Finisterra”, “ Asilo Santa Leopoldina”, “A morte de Elpenor”, “Os morcegos”, “A raposa” y tantos otros inolvidables), vuelven en Réquiem, pero esta vez con toda su carga simbólica puesta en las vísperas de lo inevitable. Ya desde el primer verso, que por sí solo obra como un prólogo, el poeta se sitúa en ese momento que, al mismo tiempo que asevera, tensa la duda capital:

 AQUÍ ESTOY, A LA ESPERA DEL SILENCIO.

Ante el astillero podrido,
sólo vislumbro la astilla
que sobró de las iluminaciones.
……………………………
Mis ojos fatigados siguen la canoa
que se aleja de los manglares.
Una luz en la restinga. Un cangrejo en el lodo.
Y la vida se evapora como las almas
en el cielo que no guarda ningún dios.

La eternidad pasa como el viento.
Sólo el tiempo es eterno. Siempre estuve aquí
en medio de mi pueblo diezmado,
y mis manos prepararon más allá de las dunas
la dorada hoguera antropofágica
del asombroso festín. Una noche de cenizas
sucede ahora al clamor y a la alegría.
El mar apaga todos los naufragios
y todo fuego se extingue, todo fuego dorado
se extiende y se apaga en el silencio del mundo.

Maceió, en el nordestino estado de Alagoas –uno de los sitios del Brasil del cual, según Lêdo Ivo, la gente menos emigra–, tiene en su poesía un doble significado de “lugar de permanencia y de evasión”. Como dice en Confissões, “los que quisieran partir tienen siempre, a sus disposición, los barcos y el viento del mar”. El mar es “emblema del viaje y de la aventura.” “Arriba y más allá de la calidad solar y de la luz del faro, en un territorio intocable, Maceió es, al mismo tiempo, puerto y puerta, permanencia y travesía, lugar de partida y de llegada, silencio y melodía (40-41).

De muy joven, el poeta se trasladó a Recife, de allí a Río de Janeiro, y fue siempre un viajero vocacional. De allí que en su poesía resuenen los nombres de ciudades lejanas –Londres, París, Ámsterdam, Bruselas Roma, Lisboa, Nueva York, Boston, Chicago, San Francisco, Nueva Orleans… Y en todas ellas el poeta vive sus aventuras interiores, que también lo crean y recrean. En Réquiem, las partidas celebradas son el símbolo de otra partida, que a la vez interroga por una llegada imposible:

Siempre amé lo que pasa: los taxis ocupados,
los pitos de los trenes, las nubes desgarradas
y las hojas arrastradas por el viento.

El granizo fustiga las pirámides de la muerte,
la puerta del burdel estalla en el bochorno.
Un poniente amarillo rodea el astillero.
…………………………………………
Y siempre amé el amor, que es como las alcachofas,
algo que se deshoja, algo que esconde
un verde corazón indeshojable.
………………………………………
Siempre amé escuchar los rumores del mundo:
el zumbido dorado de la abeja en el estiércol,
el día estrepitoso y el viento vagabundo.

Los barcos pitan. Es hora de partir.
Toda puerta cerrada es un puerto pronto a ser abierto
por el viento triunfante que desgarra el océano.

…………………………………………

FELICES LOS QUE PARTEN.

No los que llegan a los puertos podridos.
Felices los que parten y no vuelven jamás.

Que yo esté siempre en el medio del camino
y que mi viaje sea interminable.
Felices los que no conocen la estación final.
…………………………………………
Felices los que atraviesan los puentes
cuando la tarde se posa en los gasómetros como un pájaro.
Felices los que tienen un alma distraída.

Felices lo que saben que, al fin de la derrota,
la Nada los espera, como un espantapájaros en un maizal.
Felices los que sólo se hallan en la pérdida y en el viento.
………………………………………
Y siempre oí la voz que me llama en lo oscuro,
la voz del otro lado, venida de otros mundos
que se deshacen en el aire, lamidos por la bruma.

Amé siempre esta voz que es una voz ninguna,
susurro de la nada, ceniza estremecida,
una arena que cruje en la playa infinita.

Pero qué sabe aquel hombre de esa voz sin palabras, qué sabe de partidas después de tantas partidas, regresos, pérdidas, y, lo más terrible, qué sabe de llegadas frente a la que quisiera esperar, aun sin esperanzas:

El mar avanza como una espada.
Para esta travesía nada traigo
salvo lo que sobró de mí,
el destrozo que prueba mi naufragio.
Anduve en la multitud. Oí el rumor del mundo
en la voz del demagogo, en el reggae retumbante, en el grito del vendedor callejero,
                                    en las turbinas de un jet,
                                    en la imprecación de los pobres
                                    impacientes en una parada de ómnibus,
                                    en el susurro del amor
                                    que vuelve clara la tiniebla,
en la lluvia fulgurante.
Conversé con la piedra y conocí
su silencio y su espesor; y un árbol de espuma
floreció para mí en la mañana luminosa.

Vi el viento ventar en las lagunas
y rodear la miseria del mundo.
Como un leñador, encerré mi día y esperé la noche.
Ella vino y cegó el filo del hacha apoyada en la pared,
y la leña quedó acumulada en el galpón hasta trasformarse en ceniza fragante.
Vi al caballo manco bajar la colina y relinchar bajo la luz de las estrellas.
Intenté abrir la puerta que está siempre cerrada.
Atravesé los puentes de las grandes ciudades
y respiré el amor, y bebí el universo
y volví a ver el mar, sustancial como el vino y el pan.

Vi encenderse las luces de Europa
en el lento anochecer.
Fui un hombre entre los hombres, una mirada entre miradas,
y ahora estoy solo.
Fui siempre amor en el lecho memorable
y ahora mi mano errante sólo encuentra la tiniebla
en el lugar donde estaba el cuerpo bien amado.
……………………………………………………
Siempre me faltó sabiduría.
A lo largo de mi vida, poco aprendí
y ahora, ante el océano exacto y visible, ante el gran mar prosódico
nada sé sobre la travesía.
Después de tantos viajes, esta es la última frontera
que me toca trasponer.

La barca sin barquero se balancea en el agua viscosa.
Y yo soy el cieno negro lleno de miasmas
que sustenta los palafitos de la miseria y de la muerte,
y la verdad del hambre en labios mudos.
Sólo me fue dado conocer la lluvia interminable
y ese viento que arrastra el propio viento
en el día delirante, en la noche iracunda.

Vi la marea que avanza en la península
y el mar que venía a mi encuentro como una ofrenda,
el mar femenino que acariciaba mis pies.
Hay un conocimiento que huye de mis pasos
no bien piso las tablas podridas del astillero
y busco en mi sombra la proa de los barcos.
El tiempo es el señor de la verdad y de la mentira.
Digo adiós al bochorno. Es la hora de la llegada
de aquel pájaro migratorio que sólo surge en el invierno
y perturba el mundo sedentario con su canto estridente.

¡Oh claridad, adiós! Me despido del sol,
del mar incomparable y de la noche intempestiva.
Viví sin aprender que todo es pérdida y pasaje
y que el olor a mar apaga el nombre de los barcos
y lleva muy lejos los rumores de la vida.

Ahora el silencio del mundo lacra mi alma.
El róseo rayo de la rósea alborada
apunta hacia la noche oscura.
De mí mismo alejado por la muerte,
esa concha que no guarda el barullo del mar,
aquí es donde termina, en el lodo negro de los maceiós,
mi largo caminar entre dos nadas.

A quien conozca personalmente a Lêdo Ivo, le costará convencerse de que su largo caminar termine aquí, a sus 85 años. Menos aún si se ha caminado alguna vez a su lado. Es difícil seguirlo. Camina rápido y erguido, mientras su ladero, exhausto, va quedando atrás. Convence, en cambio, que Réquiem sea la despedida, el canto del cisne del poeta, capaz de hacer llorar hasta a las piedras. Pero Lêdo Ivo, como Pessoa y como todos los poetas dignos de ese nombre desde que el mundo es mundo es, por naturaleza, un “fingidor”. Hay algo que se entromete insidiosamente, no mientras se lee el poema (a menos que se sea aquella piedra de Rubén más dichosa que el árbol sensitivo porque ésa ya no siente), sino después que se ha leído. El epígrafe, esa es la grieta de la insidia, que avisa al lector que se ponga en guardia ante sus propios desbordes sentimentales.

El último verso de Toumbeau, de Mallarmé (la tumba de Verlaine), que preside Réquiem y del que casi nos habíamos olvidado, nos lleva nuevamente atrás: Un peu profond ruisseau calomnié la mort. Y éste, al sentido que el mismo encierra en el contexto del famoso soneto. Que, en verdad, ya conocieron los antiguos. No otra cosa decía Horacio cuando decía “erigí un monumento más perenne que el bronce”.

 Pero vamos al poema de Mallamé. Si Verlaine está fuera de la tumba junto a la cual la masa acostumbra a llorar a los muertos sin advertir que algunos –los astros– la dejan vacía y al ascender harán brillar a esa masa más tarde con su centellear. Si Verlaine, escondido entre la hierba, sin cálculo, sólo por su ingenuidad, no bebe del arroyo –no muere–, la muerte, al menos la muerte de un poeta, es “un poco profundo arroyo calumniado”, fácil de ignorar o de saltar. Si entonces el olvido, el temible olvido en la memoria del tiempo, no alcanzará al poeta, que vivirá trasmutado en sus palabras, en la gloria de la poesía que creó, entonces, en Réquiem, tampoco habría nada que llorar.

Tengo para mí que Lêdo Ivo sabía, al escribir Réquiem, y, me atrevo a decir, desde el momento en que escribió sus primeros versos, que cuando “ese drama personal, la muerte”, como alguna vez la llamó, se jugara, antes o después, dejaría abierto el telón, definitivamente, para la representación perdurable del drama de su poesía.

Marta Spagnuolo    

 

Agulha - revista de cultura #68 - Fortaleza, São Paulo - março/abril de 2009
http://www.revista.agulha.nom.br/ag68ivo.htm

 

 

by Claudio Maccherani, 2009